domingo, 4 de marzo de 2012

El teatro y La Peste


Cuando la peste se establece en una ciudad,las formas regulares se derrumban. Nadie cuida los caminos; no hay ejército, ni policía, ni gobiernos municipales; las piras par quemar a los muertos seencienden al azar, con cualquier medio disponible. Todas las familias quierentener la suya. Luego hay cada vez menos maderas, menos espacio, y menos llamas,y las familias luchan alrededor de las piras, y al fin todos huyen, pues loscadáveres son demasiado numerosos. Ya los muertos obstruyen las calles enpirámides ruinosas, y los animales mordisquean los bordes. El hedor sube en elaire como una llama. El amontonamiento de los muertos bloquea calles enteras.Entonces las casas se abren, y los pestíferos delirantes van aullando por lascalles con el peso de visiones espantosas. Otros apestados, sin bubones, sindelirios, sin dolores, sin erupciones, se miran orgullosamente en los espejos,sintiendo que revientan de salud, y caen muertos con las bacías en la mano,llenos de desprecio por las otras víctimas.
Lahez de la población, aparentemente inmunizada por la furia de la codicia, entraen las casas abiertas y echa mano a riquezas, aunque sabe que no podráaprovecharlas. Y en ese momento nace el teatro. El teatro, es decir lagratuidad inmediata que provoca actos inútiles y sin provecho.
Perosi se necesita un flagelo poderoso para revelar esta gratuidad frenética, y siese flagelo se llama la peste, quizá podamos determinar entonces el valor deesa gratuidad en relación con nuestra personalidad total. El estado delapestado que muere sin destrucción de materias, con todos los estigmas de unmal absoluto y casi abstracto, es idéntico al del actor, penetradointegralmente por sentimientos que no lo benefician ni guardan relación con sucondición verdadera. Todo muestra en el aspecto físico del actor, como en eldel apestado, que la vida ha reaccionado hasta el paroxismo; y, sin embargo,nada ha ocurrido.
Peroasí como las imágenes de la peste, en relación con un potente estado dedesorganización física, son como las últimas andanadas de una fuerza espiritualque se agota, las imágenes de la poesía en el teatro son una fuerza espiritualque inicia su trayectoria en lo sensible y prescinde de la realidad.
Siadmitimos esta imagen espiritual de la peste, descubriremos en los humores delapestado el aspecto material de un desorden que, en otros planos, equivale alos conflictos, a las luchas, a los cataclismos y a los desastres queencontramos en la vida. Y así como no es imposible que la desesperaciónimpotente y los gritos de un lunático en un asilo lleguen a causar la peste,por una suerte de reversibilidad de sentimientos e imágenes, puede admitirsetambién que los acontecimientos exteriores, los conflictos políticos, loscataclismos naturales, el orden de la revolución y el desorden de la guerra, alpasar al plano del teatro, se descarguen a sí mismos en la sensibilidad delespectador con toda la fuerza de una epidemia.
SanAgustín en La ciudad de Dios, lamentaesta similitud entre la acción de la peste que mata sin destruir órganos, y elteatro, que, sin matar, provoca en el espíritu, no ya de un individuo sino detodo un pueblo, las más misteriosas alteraciones.
"Sabed–dice-, quienes lo ignoráis, que esas representaciones, espectáculospecaminosos, no fueron establecidos en Roma por los vicios de los hombres, sinopor orden de vuestros dioses. Sería más razonable rendir honores divinos aEscipión[1] que a dioses semejantes;¡valían por cierto menos que su pontífice!
"Paraapaciguar la peste que mataba los cuerpos, vuestros dioses reclamaron que seles honrara con esos espectáculos, y vuestro pontífice, queriendo evitar esapeste que corrompe las almas, prohibe hasta la construcción del escenario. Sios queda aún una pizca de inteligencia y preferís el alma al cuerpo, mirad aquién debéis reverenciar; pues la astucia de los espíritus malignos, previendoque iba a cesar el contagio corporal, aprovechó alegremente la ocasión paraintroducir un flagelo mucho más peligroso, que no ataca el cuerpo sino lascostumbres. En efecto, es tal la ceguera, tal la corrupción que los espectáculosproducen en el alma, que aún en estos últimos tiempos gentes que escaparon delsaqueo de Roma y se refugiaron en Cartago, y a quienes domina esta pasiónfunesta, estaban todos los días en el teatro, delirando por los histriones".
Esinútil dar razones precisas de ese delirio contagioso. Ante todo importaadmitir que, al igual que la peste, el teatro es un delirio, y es contagioso.
Elespíritu cree lo que ve y hace lo que cree: tal es el secreto de la fascinación.Y el texto de San Agustín no niega en ningún momento la realidad de estafascinación.
Sinembargo, es necesario redescubrir ciertas condiciones para engendrar en el espírituun espectáculo capaz de fascinarlo: y esto no es simplemente un asunto queconcierna al arte.
Puesel teatro es como la peste y no sólo porque afecta a importantes comunidades ylas transforma en idéntico sentido. Hay en el teatro, como en la peste, algo ala vez victorioso y combativo.
Lapeste toma imágenes dormidas, un desorden latente, y los activa de prontotransformándolos en los gestos más extremos; y el teatro toma también gestos ylos lleva a su paroxismo. Como la peste, rehace la cadena entre lo que es y loque no es, entre la virtualidad de lo posible y lo que ya existe en lanaturaleza materializada. Redescubre la noción de las figuras y de losarquetipos, que operan como golpes de silencio, pausas, intermitencias delcorazón, excitaciones de la linfa, imágenes inflamatorias que invaden la mentebruscamente despierta. El teatro nos restituye todos los conflictos que duermenen nosotros, con todos sus poderes, y da esos poderes nombres que saludamoscomo símbolos; y he aquí que ante nosotros se desarrolla una batalla de símbolos,lanzados unos contra otros en una lucha imposible; pues sólo puede haber teatroa partir del momento en que se inicia realmente lo imposible, y cuando la poesíade la escena alimenta y recalienta los símbolos realizados.
Unaverdadera pieza de teatro perturba el reposo de los sentidos, libera elinconsciente reprimido, incita a una especie de rebelión virtual (que por otraparte sólo ejerce todo su efecto permaneciendo virtual) e impone a la comunidaduna actitud heroica y difícil.

[1] Escipión Nasica, gran pontífice,que ordenó nivelar los teatros de Roma, y  tapar con tierra sus sótanos.

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